Anoche, estando solo y ya medio dormido,
mis sueños de otras épocas se me han aparecido.
Silva
La poesía de José Asunción Silva es un canto vivo para la nostalgia del recuerdo del campo santo. Fue Silva un soberano manantial oscuro vertido en esta inmensa ciudad de los padeceres humanos, ellos, tan desconsolados, ellos, tan decantados. El agua de la excéntrica vida suya brotó sin embargo a la par de su pluma incandescente, pero también y solamente él fue quien dejó andar una sutil esperanza de encuentros de romances, entre los verdaderos enamorados de otro tiempo embebido. Fue un tiempo perdido para esta hora decaída en el olvido artístico. Y pues ya para esta clara reminiscencia de luz revolviéndose en los ayeres cuidadosamente apropiados del poeta; había en la suavidad de su alma solitaria, nada más oscuro que los amores perdidos suyos en los otros y muchos más días, rociados de sucintos pesares al repaso de su existencia más bien modernista y ella algo decaída. Así que los mismos sufrimientos de su vida, retraídos y ocultos, adentro de su propia nobleza, fueron manifestando su hondo espejo traslucido, luego su sentir vistió la figura de su hermana muy añorada para su existencia, además, tras otros instantes de su presencia ausente, reaparecían desapercibidos, unos ojos extraños y otras miradas indiferentes, expulsadas por parte de los hombres del mundo desconocido. Eran ellos unos paseantes aciagos quienes años antes se pasaban por la elegancia del niño sabio, ellos, los otros seres de la incertidumbre, dejaban entonces atrás su silueta elevada por entre la pequeñas calles de una bogotana antigua, aún sin muchas manos féminas con que abrazar sinceramente en compañía de las sonrisas cautivadoras. Aquí luego se veía como estos raros paseantes del destino y sin las horas, lo dejaban lejanamente sin el amor cautivo, lo dejaban extraviado, ya sin saludo alguno de boca temerosa. Al rato pues los anónimos amigos de la nada se iban junto con sus rostros fantasmales, bajo la lluvia nocturna de pocas estrellas, una lluvia creada por este mismo hombre de letras alucinadas; igualmente, ellos, no le decían nada bueno, ni nada malo, pero tampoco se acercaban a hablarle a su linda voz de poeta colombiano, que tuvo desde la infancia, por tanto, no había casi cultura colombiana, ante la suave música con sus palabras de artista, un poeta que hoy será hasta siempre, bajo la media en que se transcurren las noches bajo el vago mundo de invidentes habituales.
Ya del cielo roto, aunque si fueron pasajeros estos desconciertos reincidentes; todavía se sucede realmente la indiferencia con el arte, pasa la vacilación con casi muchos hombres bondadosos. Hoy nomás hasta cuando de repente se despeja la otra cara del día, alcanzamos a ver por allí deshojados, los libros del poeta di paso, ellos, escondidos por allá en el último rincón de las librerías de vitrinas lujosas y demás casetas urbanas del desespero constante, digo eso sí desespero, porque los libreros de barba azul ya casi no se tropiezan con lectores ávidos, amantes de una época primaveral. Pero del hecho, para los lectores del ayer, hay siempre algún interés por la literatura colombiana, pero para la juventud de hoy, no veo ahora las almas inquietas, gustosas por las novelas latinoamericanas. Sucede esta tristeza del mal, más que nada entendida, por la simple creación del escrito comercial que mal se idea con las obras de unos escritores capitalistas y ellos no los esencialistas, ni tanto los existencialistas del amor entregado a la poesía, sin espera de otro sentimiento, sino el de aguardar un abrazo fraterno.
Por lo demás, veo en mi momento algunos poemarios de modernidad del viejo Silva; me sensibilizo con ellos mientras se hace la hora del café, que de repente me corresponde entre una tarde de lilas rotas y con gotas de lluvia. Miro asimismo ya las hojas de color blanco en un libro algo deshojado. Las hojas están revestidas a la vez en cuidadosas palabras y ellas reverberantes de tristezas resistidas. Descubro al otro tiempo los hermosos versos cuidadosamente forjados sobre cada lienzo de propia creación eternizada y una invención solamente dedicada a las almas muertas. Así era y fue algo así la poesía de Silva. Nosotros mostrados como unas ínfimas almas. Somos unas almas fallecidas ante toda la creación universal. Hay allí entonces inventados unos con otros cantos de sentimientos íntimamente limpios. Son los poemas trasparentes; entregados al romance celestial, más que nada, versos los restantes, son dedicados al poeta fuertemente desgraciado. Es como un lugar en donde las penas quieren mostrarse silenciosamente, junto con una vida acortada, sin mucha bondad recibida, por parte de los personajes orgullosos, ellos, los que se decían ser sus amigos hasta la muerte de mentira. Uno pues va repasando lentamente los pétalos fantásticos de su encanto sublime, hasta cuando ya se desnudan varios nocturnos, abrazados a la escritura nebulosa en estrofas del gran poeta, ellas, evocadas entre la lírica solitaria del buen amante mostrado en perdón; por lo tanto me descubro aquí, volando ya en compañía de su ensueño anhelado, inventado entre sus muchos besos de idilio, por allá donde estará el maestro de los amores, junto a su mujer, traída del mar, quien fue sólo suya, hasta el fin del mundo suyo, dado por ambos alrededor se sus propias bondades.
Algún murmullo de música inesperada, vuele mientras tanto del aposento mío, aquí donde voy leyendo, el grato nocturno de los perfumes esperados, retorna así restallante, la gracia de su arte poética, renace ella como una pájara negra y muda, luego reaparece Silva, tras un último día suyo, pálido y frio, como la noche de unas flores negras; suave y triste, como los días perlados de una primavera, mal derramada en su corazón sangrio.
Así pues, hasta cuando el cantante del silencio, se quedó solo, sufriendo la ausencia de su hermana, él, decide tomar resueltamente un revolver del cajón de su estancia, lo carga de golpe con balas de muerte y después se pega un tiro, en cierta parte del pecho, precisamente el artista se suicida, volando su corazón todo enardecido, él, acompañado de exuberante poesía, pero ella mal apreciada en un tiempo de locuras realistas.
Así pues, ante esta otra muerte, indecible de las tantas, que hay en la literatura universal; sólo queda por decir, adiós Silva, adiós poeta, luego pedir algo de perdón y pedir un poco de misericordia, ante un crimen propiamente suyo, mal ejecutado contra una existencia suya y de sobrada sensibilidad humana, finalmente sólo me queda rogar, por los otros poetas; rogar para que ellos, no se vacíen en más suicidios de rebeldía, bajo nuestra ciudad de ignorancia y bajo nuestro cielo rayado, un cielo inundado de nocturnos lacrimosos.
Rusvelt...
martes, 30 de marzo de 2010
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