lunes, 5 de abril de 2010

EL CANTO DE LA DESGRACIA

La vida es como una obra de teatro,
no importa su duración
sino lo bien que se ha interpretado.
Anónimo

La balada de la guerra siempre viene pintada de negro, tras estos muchos homicidios y tras esos y tantos genocidios; mal engendrados por el hombre primitivo en su pequeña estancia de sufrimientos existenciales. Unas muertes desbocadas además en cualquier recodo de las ciudades derruidas donde aún se mora en cada desconsuelo del pasado que mal fue hecho con las manos; saturadas en espinas cortantes. Estas angustias pues de otros pasados no despertados por el momento en las memorias rotas y desmoralizadas de cada criminal enceguecido por la fascinación al poder exacerbado. Así que allí en las afueras del viento y bajo la lluvia del invierno infinito, aparecen entonces desvestidos, los gritos de horror en los muchos mutilados de la vida injusta. Estos inocentes de siempre son por tanto desaparecidos sin respeto alguno por los seres malvados de las sombras, los espíritus del mal. Los desconocidos, son desprendidos asimismo de sus brazos y sus cabezas rebajadas, hacia este hedor de la muerte que ya viene horrorosamente hacia sus rostros descalabrados. Los vemos ahora suciamente explotados con bombas restallantes y demás minas quiebra patas, unas minas, quiebra dorsos humanos, minas incluso para destruir negritos pobres, ellos, sin mucha ropa que ponerse a la luz del sol rojizo. Eso los presiente uno volando por los aires lacrimosos. Decae por lo cual la dignidad del hombre en un abismo errante de inferioridad razonada y espiritual. El frio de la oscuridad burlándose en los sufrimientos de los inocentes. Luego develamos aquí otra vez todo un cuadro fantasmal y tenebroso que no parece ser de estos otros tiempos supuestamente modernos para esta generación dizque de progreso vanguardista. Al contrario del ayer vamos entre estos días umbríos es para otro laberinto perdido de más ayer y más atraso social volcado profundamente hacia la locura de una sola ambición y una retrasada crisis de desorden mental en los pensamientos psicóticos, por parte de los enfermizos criminales, los políticos encerrados en su fascinación materialista. De hecho nos sabemos casi sin puertas de esperanza entre los unos y los otros seres semejantes al desamor de los tantos que somos en cada sendero enceguecido, sólo tuyo y sólo mío, entre este nuevo destino incomprendido. Y así cada quien solitario y dispuesto al sinsabor de su mirada perdida, junto a la ventana de los tiempos violentos, uno tristemente en su andar, sin por lo menos algún cielo espejado, paseándose por entre las almas oprimidas de la ceguera, una ceguera que nos nubla al otro lado de los espejos, más diáfanos y menos ensombrecidos al mal. Quizá una lucidez sobre la ceguera como esta de Saramago. Eso es todo lo que presenciamos y agonizamos ahora espantosamente. Además estamos ya hasta indiferentes del otro amanecer que ni siquiera esperamos cuidadosamente por sobre nuestra estadía de horror, bien correspondida, tras su letargo esencial. La madrugada ensordecida prosigue entonces su trasegar vertiginoso, sin mucha reminiscencia bien esperada al perdón no pedido, ni limpiado con las peticiones benévolas de los culpables. Las cárceles de la memoria, resultan pues como una debida razón, rellenadas en viejas visiones a su paso por los días imperfectos, que aún no sabemos vivir.
Así que el resto del crepúsculo es igual; porque aquí en mi Colombia, nadie trata de quererse entre las cuidadosas amistades de quienes habitan estos antiguos barrios de fique y cañabrava, bien labrados a punta de esfuerzo cultural. Dichas residencias aparentemente descolonizadas tras su verdadera recuperación libertaria, comprendida con la misma guerra, pero esta procurada, solamente por una lucha social y forzosa para el bien de mi pueblo ensangrentado. Suponer pese a todo el odio entre las muchas familias congregadas; será siempre una buena realidad para este pedazo de mundo inundado de barbarie y calamidades. Ahogado en su miseria extravagante. Una miseria sin escrúpulos ni vergüenza en casi todos lados. Incluso los niños se nos mueren de hambre casi todos los días. Por tanto, viene la venganza otra vez al pensamiento en todos los amigos y demás conocidos del otro lado, resurgente en angustia. Sucede además este teatro aparente muy similarmente como en la historia de Metzengerstein. Es una obra universal del maestro literario Edgar Allan Poe. Pasan enseguida las horas y las épocas clásicas a través de cada rostro padecido entre las letras fugaces del entendimiento. Vuelve igualmente cada quien a su lugar inesperado de la otra historia. Y desde luego todos nosotros entrevistos allí en los viejos protagonistas de esta inmensa obra del sinfín no comprendido. Así pues es como nos vemos revividos en cada personaje curiosamente, pero siempre, idos hacia un inacabado abismo de trasluz, ella, resquebrajada sobre las escenas del supuesto futuro, cuyo vacio parece ser idéntico al pasado clásico, mal vivido en muchos de los artistas de la vida. Este sencillo esbozo quiere mostrar, por otra parte, una infinita continuidad en la existencia del hombre cargado de culpas en sus muchas concreciones vivenciales. Sólo manchas negras en su cuerpo derrotado y enfermizo. Eso quiere decir; también, nada de principio y nada de fin en la historia del viejo eslabón perdido. Sólo unas repeticiones de muchas experiencias entre los primates sobrevivientes a la razón premeditada; pero claro está, hay al mismo tiempo, muchos instantes, representados en diferentes espacios presenciales para estas almas inmortales. Es algo así como una flor amarilla de Julio Cortázar. Relato magistral del fantástico escritor Argentino. Significar también una puerta abierta al umbral torrencial que hay al otro lado del silencio.
Ahora bien, aparte de este símil comparativo, nos vamos yendo en su momento, hacia algún abismo envolvente, precisado en el más allá develado de los últimos vestigios de esta humanidad culposa. Arribamos aquí ya sobre este lóbrego espacio evolutivo. Vemos después como aparecen lentamente; las bestias horripilantes y peludas del antes que fuimos por sobre esta esfera primaveral y montañosa. Ellas atrasadas con sus hachas y martillos de piedra. Peleas entre unas razas y otras. Desaparición de las más atrasadas y supervivencia en las más intelectuales. A continuación pues habrá que gritarlo obviamente. Es cierto que hemos mejorado beneficiosamente en este progresivo suceder de los siglos perecederos, pero pese a todas las inclemencias salvajes, no dejamos de ser los idénticos primates de siempre, colgándonos en los palos, sin mucha esperanza, ante las montañas frondosas; por lo tanto, sólo habrá transformación en cada hombre, hasta cuando alejemos la terquedad viciada de matar por matar, al otro semejante con los cuchillos y las metralletas, una creación simplemente nuestra; igual; sólo prosperaremos universalmente, hasta cuando saquemos de sí mismos, los vicios propios y arraigados, ellos, aberrantes y decadentes, para las almas decaídas. Esos de humillar y pisotear al más atrasado con las cadenas y los grilletes del mal; simplemente porque dizque así lo queremos. En realidad pues nos sabemos aquí lógicamente perdidos, tras cada fascinación persistente de ser más poderosos, ante los verdaderos inocentes; eso sí, sólo grandes en las alucinaciones de estas invenciones errantes, sólo propias y trastocadas. Luego entonces, vuelven las verdades de la moral y así los reglamentos, terminan apagando estos irracionales supuestos del poder individualista. Allí donde hay una gran mentira en ideas posesivas, ellas, ni siquiera soportadas por los propios creadores humanos, resueltamente equivocados en sus actos y sus pensamientos atroces de escalabrar cabezas y reventar las bocas, limpias y pulcras, sea cuales fueran. Estos asesinos vienen quedando enseguida desvestidos como esas hienas que son realmente en su propio odio. Así que todas estas creaciones deprimentes en vez de enaltecernos en compañía de la furia, nos van es embotando más y más, hacia los pozos execrables de una muerte destruida; aún evocada en este lugar expiatorio de la tierra, donde no lo pasamos presos y sin muchas miras de luz eterna; simplemente soñando los ángeles, no mugrientos, ni ennegrecidos en los sentimientos del odio solitario, que ya no tienen. Eso quiere resumir, por otra parte; tomar la humildad en las manos, entender la humildad como sinónimo de grandeza. La bondad como susurro de sabiduría. Eso quiere gritar, además lo siguiente: sólo somos; una brizna más, perdida entre las tantas; Borges, otra vez.
Igual, por mi parte, bueno será comprender, esta obvia dolencia, resentida para cada ser humano, desfallecido en la guerra alterada. Nomás cuando vamos y miramos la despreciable pelea de Hitler, por la ventana resquebrajada; descubre uno allí, la sola batalla de los espantos, ella, negra y sin muchos fines trascendentales para la regeneración de estas naciones sufrientes en su culpa al hedor de la criminalidad, mal querida. Simplemente nos concertamos allá y enseguida, vemos tristemente concebidos, unos y otras mujeres y muchachos, muriendo incinerados en los rincones de sus cuartuchos despreciados por la misma sociedad arrogante y capitalista. Dicha verdad, tal como es evidenciada por el buen cineasta de la lista de Schindler. Un cinta magistral donde se hace un expresivo alegato sobre la perdida de los derechos humanos. Un grito sobre la dignidad del hombre. Fuera de eso cada niño combatiente, cayendo en el fango de su derrota, nunca entendida para la complejidad de las filosofías. Luego las muchas montañas de cadáveres, desapareciendo lentamente en las afueras lluviosas de Alemania. Ese país con sus visos nazis y con sus pesadumbres destructivas. Así pues que para el antes hubo allí muchas conciencias revertidas y manejadas horriblemente con los discursos subliminales y lindos en su baja apariencia de renacimiento social. Otra barbarie fue ideada enseguida con las palabras de la contradicción. Hubo allí además una lucha sin restricciones en lo más extravagante del desorden y las aberraciones de la carroña social. Es decir una guerra asimétrica en su mayor desborde de crueldad tortuosa. Nada de reglas vista por lo tanto en los dos bandos combatientes. Ni más perdón entre los países vecinos de simple velo poético. Así todo lo humano escaseado cuando eran decapitadas las niñas y los muchachos, ellos, desesperados al saber que no seguirían viviendo más su pobre pesadilla. Eran ellos desintegrados sin misericordia alguna con las bombas arrojadas desde un cielo carbonizado en agónicos lamentos tardíos. También violaban a las mujeres y luego las mataban descaradamente, bajo el rumor de la luna ahogante. Este último concepto viene del Libro negro. Un argumento de Gerard Soeteman.
La sombra del cielo se vistió además en su sola decrepitud, más sucia que el infierno alegórico de la Divina comedia. Una bella obra del pobre Dante Alighieri, un espíritu de los pocos que hubo bien predispuestos en las dulzuras del arte. Pero bueno. Nada de luces celestiales. Sólo las luces de bengala pidiendo más cadáveres bajo las noches mugrientas de esta segunda guerra mundial. Y mientras tanto, Adolfo Hitler, lleno de interés por sus metralletas y demás estrategias; mal procuradas entre los lados del silencio embotado y marchitado. Una sin razón de caídas en su máxima expresión tratando de procurar un mundo renovado que nunca existirá desde su tormenta, poco creativa. Obviamente, no había en esta rebajada dictadura, ningún fundamento de regeneración cultura, igual, ninguna sabiduría en toda esta hecatombe mundial. Eso está encendidamente claro en muchas conciencias.
Ahora bien, por los otros lados, donde recuerdo infinidad de bombas y otros pedazos de soldados volando por el aire, entreveo como hubo allí, igualmente, otro sentimiento insignificante, perdido en su traidora bajeza, esta traición propia, predispuesta siempre hacia la ambición de un mundo suyo. Un mundo imaginado para sí solo. Pero esta utopía sin ninguna añoranza por hacerse realidad lógicamente. Por eso fue acabado justamente, sin nada entre las manos, sin nada entre su corazón de cuervo. Así que ya ni los demonios mismos se le acercan por su triste vergüenza. Y es claro. Mira uno nomás. La destrucción de otras razas que no fueran arias. La negación de otras religiones ajenas a su concepción ideológica. El odioso veneno salido de su boca encausado a la no aceptación de diferencias en costumbres y demás creencias propias a la sexualidad. Ello es ajeno al bien común y al respeto por mi semejante. De eso no hay dudas; por lo cual, vino a verse aquí en la tierra, una sola represión y depresión en su dictadura, ella, umbría y pesimista. Demás estaría la recesión de alimentos, la angustia de los pueblos, ante el terror de la matanza; las caídas de progreso esencial y habitual, retenidas por la misma creación de la guerra, sin sentido en su más mísera confusión. Ser más tolerantes y más altruistas en vez de hacernos violentos y bestias otra vez, podría ser la verdadera solución.
Sobre mi país colombiano, resultaría de esta crueldad ajena, otro poco de enfermos nazis, pero ellos, sin mucho sentido de batalla, una batalla que nunca supieron hacer con las armas y sin las armas. Poco conocimiento sobre el problema ético y moral. Más en las altas cortes del estado, ellos, terminaban ya como unos ínfimos leprosos del desprecio humano. Ellos entrevistos como una sola lechona trasnochada. Ella lista para la quema de sus voces groseras. Así entonces toda esta reincidente colonia; resultaría como la arrastrada de siempre, ante los arremetimientos extranjeros; igualmente, colombianos, somos poco importantes para esta inmensa aldea de variadas potencias industriales. Más que nada por el atraso social y este futuro de retraso para los otros supuestos, importantes de la lucha mundial y regeneradora. Nada de nada en este pequeño palacio de sueños enloquecidos. Las listas negras en todos lados. Y el hombre aún destruido por su viva ignorancia; durante y después del hundimiento alargado, tenebroso de las batallas, que no queremos comprender, ni acabar antes de que principiaran negramente. Igual. Hubo otro día de extravío y otra noche más pobre en amor verdadero. Ausencia a sí mismos, sobre el antes, mal entendido entre las razas hermanas que somos. Porque es así. Somos entre todos una gran aldea de vida y no de horrendas muertes. Porque somos esencialmente hermanos entre todos los demás y porque no somos los enemigos del ayer, ni del mañana que no queremos frecuentar en esta pesadumbre persistente, ante las malas culminaciones de seguir destruyéndonos con los pensamientos, transfiguradores. Pues es aquí, entre las muchas ideas, como vamos y materializamos, tanto el bien como el mal exterior, ideas, salidas del alma individual, ya sea oscura o luminosa, ellas, según sus procederes por sobre la vastedad del universo, tanto el propio como el ajeno.
A la hora, será bueno entonces, engendrar tres mil mariposas blancas, parecidas en forma a las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez. Ellas ya muy llenas de esperanza. Ellas queriendo volar en paz, sobre los otros oprimidos y sobre los callejeros de las ciudades olvidadas y perdidas. Las maracas de los músicos legendarios resonando mientras tanto en bellos coros de ansia espiritual. Luego un vida pintada de luz en los sueños del niño que despertó, cuando el dinosaurio, nunca estuvo allí. Así que este chiquillo se levantó de cama y enseguida comprendió al dinosaurio, sabido como un solo espejismo, mal ideado en otros tiempos de sus raras pesadillas. Después ando con su alma libre por el cuarto hasta cuando se tropezó con la ventana de al lado. Estaba cerrada. La abrió cuidadosamente. Al final, pues pudo volar, dejando atrás su cuerpo de infante que le molestaba. Eso reflotó libre entre el espacio como el fantasma de un cuento de navidad. Y aquí, este niño, fue viendo ante sí, ya un día sin noche hasta el fin de su inmortalidad. Una inmortalidad adentro de una eternidad en su propia esencia bondadosa. Y ahora el secreto suyo entre las manos de este, humilde artista, solamente intranquilo.

Rusvelt...

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